jueves, 15 de julio de 2010

Obras.

Debajo de mi casa llevan más de dos meses de obras. De ocho de la mañana a nueve de la noche, los martillazos en la estructura del edificio son el ruido más liviano. Mi vecina es muy aficionada a construirse una casa nueva de vez en cuando. Ciertamente, sus gustos en materia de decoración rivalizarían con los de Julián Muñoz y los de Sauron.
-Al principio tenía ella un pequeño jardincito en la entrada y otro en la parte trasera. Lo primero que hizo es talar los árboles y poner baldosa en vez de hierba.
-Luego se construyó una casita de planta octogonal en lo que era el jardín trasero.
-Después, en el patio delantero, arrancó las carísimas baldosas que acababa de poner y las sustituyó por madera de teca. Parece increíble que alguien considere adecuado poner madera en un suelo al aire libre, pero, en fin, es verdad que los ingleses ponen moqueta en la cocina y el baño. Lo curioso es que la madera de teca es extraordinariamente cara y, además, es una especie en peligro de extinción.
-Más tarde, en el centro del patio de tarima de teca, decidió instalar una canasta de baloncesto para diversión de sus niños, así como un sofá del mejor cuero. Era curioso ver una casa que en vez de jardín como las demás poseía una especie de cancha de baloncesto surrealista...
-En invierno, llegaron las humedades y tiró la pared del jardín para colocar otra que a día de hoy está aun más húmeda que la anterior.
-Por último, este verano ha decidido emplearse a fondo: se ha ido varios meses de casa y ha contratado a una cuadrilla de obreros portugueses a los que a día de hoy puedo considerar ya mis vecinos. La casita octogonal del jardín trasero ha sido destruída. En su lugar han construído otra aun mayor cuyo tejado está a un palmo del alféizar de mi ventana. La teca del patio ha sido arrancada y me pregunto qué pondrán ahora en su lugar ¿oro? ¿moqueta de auténtico visón? ¿piel humana...?
Dicho sea lo anterior para enmarcar como es debido la pequeña historieta que a continuación viene. Quiero añadir, además, que no es que yo sea cotilla, pero las conversaciones en estas casas se oyen demasiado bien. Y los martillos hidráulicos, ni os cuento...

Los obreros viven en la casa en la que trabajan. Tras la larguísima jornada, al anochecer, se preparan la cena con un hornillo y emprenden una amigable tertulia o llaman a su familia por el móvil. Luego descansan, supongo que en sacos de dormir, hasta que el madrugador sol del verano les indica que deben ponerse al tajo de nuevo. Yo ya no uso despertador, porque el martillo, el taladro o la sierra se han hecho cargo de esa función todas las mañanas de este largo estío que me está tocando vivir.
A veces tienen visita. La dueña de la casa aparece ataviada con ropa de marca para dar instrucciones bastante surrealistas a sus obreros. Ellos, con la tradicional socarronería lusa, le siguen la corriente. A veces se trae a los niños, que visten los uniformes oficiales de su equipo de fútbol. Un obrero se dirigió a uno de ellos:
-¿Te gusta el fútbol?
-Cállate gilipollas -respondió el nene.
Ni que decir tiene que los encargados de hablar en castellano para que la dueña les entienda son ellos. Uno de los primeros días de la obra, otro obrero se dirigió a ella en perfecto castellano:
-Qué paisaje tan bonito tienen ustedes en este pueblo, todo tan verde... Esta mañana he visto como unos petirrojos se cortejaban en este árbol.
Mi vecina debió quedarse con la misma cara que si le hablasen de trigonometría, a juzgar por los segundos de silencio subsiguientes. Luego, con un tono dubitativo, respondió:
-Sí... Es muy bonito de ver...

A los dos días, el penúltimo árbol yacía arrancado y partido en dos en el container de escombros que han colocado en mi raya de aparcamiento. Qué mejor sitio. Como yo no uso coche...
Este fin de semana pasado, a la hora de la cena, aparcó al lado del container el coche del que parecía el contratista, un hombre de nítido acento levantino. Sus empleados le ofrecieron amablemente lo que estaban cenando y él se quedó a charlar un rato. Salió el tema de las corridas de toros y los portugueses no comprendían cómo era posible que en España se torturara tan salvajemente a los pobres animales. Como acababa de ganar la Roja los mundiales, su jefe les hizo ver que los ignorantes y los atrasados eran los portugueses. Tenía razón ¿acaso no quedaba demostrado con el hecho de que ellos eran unos currantes de mierda y él un avispado empresario? Además ¿quiénes eran campeones del mundo? ¿eh? ¿quiénes...?
Los obreros quedaron un rato en silencio. El jefe se marchó. La noche caía. Uno de ellos se fue al otro patio, a hablar con su mujer por el móvil.




Cuando termine esta larga obra, que con seguridad no será la última que emprenda mi vecina, una cantidad indeterminada de dinero negro circulará por el país. Unos obreros portugueses podrán llevar a sus familias un poco de respiro económico para afrontar el invierno -en invierno hay menos obras. Un empresario valenciano se comprará un BMW de importación. El mundo tendrá un poco menos de verde y un poco más de hormigón. Pero sobre todo habré cambiado yo: mi cabeza se habrá habituado al ruido intenso, mi estómago a las condiciones indignas de trabajo, mi alma a la idea de que el mundo se desmorona... Aunque también habré aprendido algo positivo: me habré admirado de la serena dignidad de estos obreros que, valiendo mil veces más que la chusma que les paga y explota, han sabido sentarse cada noche a cenar charlando amigablemente en torno a un hornillo, como si fueran soldados en el frente de esta inacabable guerra que la estupidez, la fealdad y la maldad, con las armas del capitalismo, han emprendido contra todo lo noble y hermoso que aun alienta en este mundo.

3 comentarios:

Maria C dijo...

Mas que excelente,la descripción un lujo casi se podía ver y tocar.En cuanto a los ¿gustos? de tu vecina la verdad mejor no hablar,el tener dinero no hace que valoremos lo bueno.Pero sin dudas lo que mas me llego y que comparto totalmente es lo que ocurrirá al terminar la obra.
Un beso

Dizdira Zalakain dijo...

Muchas gracias, María C. Me alegra que compartas mis impresiones -éticas y estéticas. A veces me llega a parecer que soy yo la rara.
Un beso.

Maria C dijo...

Creo que por eso te comprendo tan bien ,eso de sentirme la rara me pasa muy seguido,pero al final analizando me doy cuenta de que es mucho de sentido común,el menos común de los sentidos,y mucho respeto hacia los demás e incluso al planeta mismo.Un beso