miércoles, 15 de julio de 2009

Feminismo de Cosmopolitan.

Suelo esquivar el tema del feminismo por varias razones: La principal reside en la inmensa cantidad de tópicos manidos y superficiales que se suelen esgrimir al afrontar temas como este, pero la que subyace de fondo estriba, precisamente, en mi condición de mujer. Hay algo de viciado patetismo en el hecho de que alguien defienda sus derechos, por muy lícito y justo que sea. Siempre me ha producido la misma sensación compasiva y estéril escuchar a un gitano, por ejemplo, exponer su situación, sin duda injusta, esa indefensión solitaria que, por otra parte, no llega a hacer blanco en la diana porque es demasiado sincera y dolorosa para que pueda comprenderse en este juego de mensajes lacrimógenos y autistas. Quizá, esta tristeza provenga del hecho que se deriva de que una víctima exija o, la mayor parte de las veces, solicite el respeto de sus derechos a sus propios verdugos. Esto hace que resulte baldío y rayano en lo ridículo. No he visto nada más triste que la lectura de una carta de peticiones de un indio en el Senado norteamericano.
Por esto no hablaré de la historia del movimiento feminista ni de sus representantes, pocas, que siguen luchando por la conquista de la igualdad de sexos. Hablaré, sin embargo, de la corrupción a la que el capitalismo ha conducido a ésta, como a tantas otras luchas dilatadas y complejas.
En distintos períodos de la historia se nos ha vendido la integración laboral como la máxima aspiración feminista, como medio de poder autofinanciarnos y dejar de depender así del sustento de un esposo al que debemos pedir permiso a la hora de distribuir nuestros gastos. No voy a negar que la independencia económica debería generar independencia a todos los niveles, pero lo que nunca se dice es que la mano de obra femenina es siempre requerida en épocas de necesidad perentorea de trabajo, como sucede durante las guerras o en el posterior periodo de recuperación. Tampoco se dice que el sistema capitalista ahora requiere que trabajen dos personas para mantener una familia. Es decir, ahora solo hay que pagar la mitad del sueldo a los trabajadores. No se trata de que hoy puede trabajar el hombre o la mujer, sino de que es imprescindible que lo hagan ambos para llegar a fin de mes. A eso se le denomina liberación de la mujer. De aquí a la "liberación" de los niños y los ancianos hay un paso. Además, la mano de obra femenina siempre está peor remunerada -un 30% de media menos que la masculina, según los últimos estudios- aun cuando en la actualidad exista un mayor número de mujeres que de hombres con estudios universitarios.
La independencia no la proporciona únicamente el dinero sino que implica también un largo proceso educativo y vivencial que los mass media no fomentan en absoluto. En el cine, en los anuncios, o en los reality shows. las mujeres siguen ejerciendo el papel de amas de casa, de madres o de reclamo sexual pero ahora, además, deben someterse a operaciones de estética desde la adolescencia y mantener una dieta propia de un asceta.
En la mayoría de las ocasiones esta dependencia tiene su origen en raíces afectivas más que en cuestiones materiales. Han sido muchas generaciones de mujeres educadas para cuidar, gustar y servir a los hombres, valores que, todavía hoy, siguen siendo transmitidos de madres a hijas y por todos los medios de la sociedad occidental.
Es cierto que esta alineación adopta diferentes formas estéticas y éticas según el momento. En la actualidad, no es preciso e incluso está mal visto tener 10 hijos; en cambio, no debemos perder bajo ningún concepto la talla 38. Esta es la imagen de la mujer feliz, moderna, realizada y duaña de su vida: una mujer eternamente joven y deseable, con estética de Barbi, trabajadora fuera y dentro de casa, con un par de niñitos rubios y casada con un hombre triunfador, hecho a sí mismo, viviendo en una casita con jardín y un perro con pedigrí. Así que la liberación "Cosmopolitan" de la mujer consiste en atrapar un marido rico, como hace siglos, currar 12 horas al día, matarse de hambre y retocarse periódicamente las partes del cuerpo que se vayan deteriorando.
Como en otras ocasiones,los organismos feministas "oficiales" como el ridículo Ministerio de Igualdad no van -no quieren ir- al fondo del asunto. Se crea una ley de igualdad que obliga a repartir, por ejemplo, las listas electorales entre hombres y mujeres imponiendo así un igualitarismo ficiticio en el ficticio escaparate de los parlamentos, como si éstos fueran un reflejo de la sociedad. ¿Por qué no, para empezar, una ley en la que se prohíba que una mujer gane menos dinero que un hombre por desempeñar el mismo puesto de trabaja? Y menos estúpidos cursos de verano en los que se diserte sobre "el techo de cristal" que impide a la mujer ascender en la empresa privada, la "comnpatibilización de la vida familiar y laboral", la "utilización sexual de la mujer en la publicidad."

2 comentarios:

. dijo...

Hay veces en las que denunciar un problema es la mejor cortina de humo para esconder otros. No dudo que las mujeres están discriminadas (al igual que muchos de los que se encuentran en alguna situación de indefensión dentro de la sociedad) pero partiendo de eso lo que se suele proponer es que, en el mejor de los casos, consigan estar igual de alienadas que los hombres.

Se olvida que conseguir igualdad económica sólo es un medio y no un fin. En cierto modo es parecido a lo que las dictaduras comunistas predicaban, que consiguiendo los medios económicos necesarios la gente ya sería feliz cuando, en todo caso, comer es algo necesario para optar a la felicidad pero no suficiente. Es más, centrar la vida en "comer" ( y con ello me refiero a lo material)suele ser una de las mejores formas de dar la espalda a lo moral (el ser humano).

Saludos.

Dizdira Zalakain dijo...

Es cierto que, con frecuencia, la reivindicación de un derecho enmascara la de otros más importantes, seguramente como una maniobra de distracción. Pero algo todavía peor es la organización de happenings reivindicativos que transforman algo serio en una payasada. Yo creo, aunque pueda parecer algo paranoica, que todo esto no es casual. Recientemente he visto un anuncio de Canal Plus que me ha dejado alucinada, en el que se reduce el movimiento del 68, muy discutible, por otra parte, a una pandilla de tarados que no ven la tele porque son hippies, pero que renuncian a este sagrado principio ante la calidad del canal que se anuncia. Eso sí que es revisionismo y no lo de Pío Moa.
Saludos.